domingo, agosto 30, 2009

La crónica de Cuba

Esta es la crónica del viaje a Cuba en el verano de 2009. Fue la primera y última vez que viajamos con un paquete vacacional clásico de agencia. Disfrutamos del país, pero la experiencia no encajó con nuestra forma de entender los viajes. Ni la duración, ni la forma de movernos, ni muchos otros detalles. Todos somos siempre un poco turistas y un poco viajeros, pero esta vez se decantó la balanza demasiado por lo primero. Incluye algunas fotos, la galería completa está aquí.

24 de julio

Volamos directos a la Habana desde Madrid. En el trayecto al hotel la primera sorpresa que quizás no debió serlo: llegamos ya de noche y la ciudad -que es muy extensa- es tremendamente oscura, salvo una pequeña parte del casco histórico. No hay iluminación en las calles y apenas en las casas. No se ve mucho más allá de los faros del autobús.

Nos alojamos en el Hotel Inglaterra, en la Plaza Central. Es el hotel más antiguo de Cuba y uno de los más conocidos, especialmente por aparecer en la novela de Elmore Leonard, Cuba Libre. Es difícil estar más céntrico. Conserva el encanto del estilo neoclásico, pero está un poco destartalado. El aire acondicionado hace tanto ruido que apenas lo usamos, la ducha se cae hasta que la arreglo con una brida, y muchos otros detalles parecidos, aunque el trato del personal es exquisito, como en todo el país. Nuestra habitación da a un callejón lateral. Incluye un buen buffet de desayuno, con mucha fruta.

25 de julio

Después de desayunar caminamos un poco por el entorno de nuestro hotel y empezamos a ver por primera vez los coches americanos clásicos, que aquí son capaces de restaurar y mantener con medios muy precarios. Hay unos códigos de colores para las matrículas según el uso del vehículo y es un poco un jaleo: blanco, amarillo, marrón, azul, naranja, negro. Es difícil aclararse pero lo que es seguro es que los vehículos históricos no funcionan como taxi; una pena. Los que sí podemos usar son unos motocarros al estilo de los tuk tuks de Asia con una característica forma similar a un casco de moto y color amarillo: los cocotaxi.

Salimos por el Paseo de Martí al Malecón y vamos andando por el borde del mar viendo al fondo el barrio de Vedado, donde están los edificios más modernos, algunos emblemáticos como el Hotel Nacional, de auténtico lujo, y el Habana Libre.

Retrocediendo sobre nuestros pasos vemos el espectacular edificio del Museo de la Revolución y cerca de nuestro hotel el Capitolio de Cuba, inspirado en el de Washington. Aunque como ellos siempre puntualizan, es un poquito más alto. La isla y en particular su capital han sufrido varios huracanes muy intensos en los últimos años y hay muchos edificios que no se han recuperado del todo. En muchos de ellos las ventanas no tienen cristales, sólo contras.

Antes de continuar, nos han convocado a unos cuantos a otro hotel en la misma plaza, con menos encanto pero aparentemente mejor mantenido. En una sala varias agencias locales nos ofrecen diferentes excursiones. Nosotros nos quedamos con una a Pinar del Río, la provincia más occidental de la isla. Todo empaquetado.

Además ahí podemos cambiar moneda por primera vez. En el país circulan dos monedas, el peso cubano convertible o CUC, con equivalencia a un dólar estadounidense, y el peso cubano a secas. Los extranjeros sólo podemos usar el primero, y cambiamos en las CADECA -CAsa DE CAmbio-. En los bancos se puede comprar un kit para turistas con el peso cubano 'de verdad' con una unidad de cada moneda y billete pequeño.

En dirección a la enorme bahía de la ciudad se concentra la mayor parte de la historia de la ciudad, la Habana Vieja. En la calle O’Reilly hay mucho bullicio, empezamos a sentir el ambiente local y a meternos en su flow. Es difícil andar a toda prisa como estamos acostumbrados en otros sitios con un calor asfixiante. Al menos a esta hora somos pocos los extranjeros.

Empezamos a ver sitios y cosas de las que hemos oído hablar tantas veces. El mítico local La Floridita. Los supermercados desabastecidos y las cartillas de racionamiento. Los CDR -Comités de Defensa de la Revolución-, fundados para la vigilancia colectiva y delatar a los opositores al régimen, aunque también tienen muchas labores ciudadanas y sociales con una estructura piramidal empezando por cada manzana.

Llegando a la bahía vemos la Plaza de Armas con el Hotel Santa Isabel y el Castillo de la Real Fuerza de La Habana, una fortaleza edificada en el s.XVI para proteger la entrada al puerto, que ahora es la sede de la Policía Nacional Revolucionaria. Cerca hay un mercadillo callejero de pintura, esta vez sí lleno de turistas.

Volvemos hacia la zona del hotel por otras calles menos turísticas pasando por la Plaza del Cristo y viendo un poco la vida local que se hace fundamentalmente ahí, en la calle. Una de las cosas más característica es la pintura de las casas completamente desconchada y sin visos de recuperarse.

Entramos en el Monserrate, otro local clásico, y aunque no lo recuerdo bien, probablemente tomamos ahí nuestros primeros mojitos. Al contrario de lo que sirven en España con ese nombre y que no tiene mucho que ver, son muy frescos y tienen relativamente poco alcohol. La receta es sencilla. Se machacan trozos de limón o lima con hojas de menta y un poco de azúcar en el fondo de un vaso de tubo. Se añade un dedo y medio de ron -siempre blanco-, se añade hielo -en cubitos muy pequeños- y se rellena hasta arriba de agua con gas. No creo que el resultado tenga más alcohol que una cerveza, pero por eso, porque son muy fresquitos y el calor que hace, se beben solos. Son un peligro.

Llegamos a la Plaza de la República, con el monumento a Martí y la mítica fachada del Ministerio del Interior con la representación del Ché Guevara, o más bien de la foto que le hizo Alberto Korda. También el Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias. Aquí todo es revolucionario. Esta es la plaza donde Fidel Castro daba los interminables mítines de varias horas, muchas veces en la celebración del aniversario del inicio de la Revolución Cubana que casualmente es mañana, 26 de julio. La plaza es enorme, toda de hormigón y no hay ni un sólo árbol o sombra de ningún tipo. Es mediodía y se caen los pájaros.

De nuevo en el centro, en el Palacio de la Artesanía tomamos, sí, más mojitos. Cerca está la Plaza de la Catedral donde también está el palacio de los Marqueses de Aguas Claras.

Paramos en otro bar clásico, el Sport Bar Bilbao, donde hay banderas y bufandas del Athletic, Ikurriñas y hasta una bandera gallega con la estrella roja. Ahí conocemos a Julio, un buscavidas o jinetero en la jerga local. Le invitamos a un mojito -o quizás dos- y despliega sus artes de seducción. Puede hacer de guía, conseguir cosas que los turistas no pueden comprar, o llevarnos a un paladar, un restaurante informal que no deja de ser la casa particular de alguien. Jineteros y jineteras también pueden hacer otras cosas si la necesidad aprieta.

Cenamos en la Plaza de la Catedral, teniendo de fondo una pasarela de moda. Y luego nos acercamos a la Bodeguita del Medio, a tomar más mojitos. Llegando al hotel escuchamos follón por detrás. Como mañana es festivo hay música y baile por toda la calle, la alegría cubana en su máxima expresión.

26 de julio

Desayunamos y salimos al Malecón, esta vez sí que tiramos hasta Vedado, a cerca de un kilómetro del centro. Ayer me hice algo de daño con las sandalias y hoy paso a modo guiri total, con unos calcetines tobilleros con ellas. Mucho mejor. El hotel Habana Libre -antes Hilton- fue expropiado durante la Revolución y por algún tiempo fué el cuartel general de Castro, donde los servicios secretos americanos trataron de asesinarlo varias veces. En su tejado anidan buitres.

Hay banderas por el aniversario del 26 de julio por todas partes y vamos a otro lugar mítico, la heladería Coppelia. Al menos no empezamos tan pronto con los mojitos. Hay una cola enorme para ser atendidos y cuando nos unimos nos dicen que hay otra ventanilla, con mucha menos gente, para los extranjeros. Un poco raro esto.

En Vedado hay más edificios con historia como el FOCSA, una de las maravillas de la ingeniería cubana. Se terminó en 1956 después de dos años y medio. Su novedad tecnológica marcó el comienzo de la era de los edificios altos habaneros. Tiene 36 plantas y forma en planta de Y. Muy cerca está la embajada de EEUU, al lado de un espacio abierto enorme en el malecón donde se hacen conciertos. Ahora lo están preparando para los actos del día.

Entramos al Hotel Nacional, el más lujoso de la capital a tomar algo -adivinad- en su magnífica terraza con vistas al mar.

Para volver al centro en lugar de caminar por el Malecón lo hacemos por las calles paralelas de detrás, con edificios bastante destartalados. Acabamos en el barrio chino, en la parte de atrás del Capitolio. Y seguimos callejeando, que es lo mejor que se puede hacer en esta ciudad si uno quiere acercarse remotamente a eso que llamamos tomarle el pulso.

Por un lateral de la Universidad entramos en el Café París y ya anocheciendo cenamos en una terraza de un muelle de la bahía, cerca de la Plaza de San Francisco de Asis.

27 de julio

Nos recogen en un autobús grande y moderno, con aire acondicionado. Es chino. Nos desplazamos al oeste hacia la provincia de Pinar del Río y el famoso valle de Viñales.

Por el camino vemos plantaciones de caña y a lo lejos un ingenio, una planta de producción de azúcar. Mientras existió la Unión Soviética la exportaban allí en grandes cantidades y a un precio que no tenía nada que ver con el que dictaba el comercio mundial sino el COME, Consejo de Ayuda Mutua Económica.

Por todas partes hay carteles, pintadas en tejados y otros sitios con loas a la Revolución y sus artífices, como Isabel Rubio, la Capitana de Occidente. Hacemos una parada breve y desde el local vemos unas palmeras barrigonas. Por toda la zona las edificaciones cambian, pasando a casas de una sola planta de madera y tejados de chapa.

El Valle de Viñales es Patrimonio Universal por la Unesco y tiene una geología muy especial con unas formaciones montañosas, únicas en la isla, llamadas mogotes, que pueden tener gran altura. Son formaciones kársticas como las de la Bahía de Halong en Vietnam, solo que aquí han emergido y ya no hay agua de mar entre ellos. Al ser toda la zona un gigantesco karst, también hay cuevas.

El segundo sitio donde paramos es en un secadero de tabaco y fábrica de habanos, donde todo se hace a mano. Después vemos la Plaza Mayor del pueblo de Viñales, con el parque José Martí y la Iglesia del Sagrado Corazón.

Entramos en la Cueva del Indio, lo hacemos andando pero para salir tenemos que montar en una pequeña embarcación y navegar por un río subterráneo. De vuelta en la Plaza Mayor comemos en el Centro Cultural Polo Montáñez.

En un mogote con una pared desnuda de vegetación está pintado el enorme Mural de la Prehistoria, que aparte de tamaño tiene poco xeito, aunque esté pintado por Leovigildo González, discípulo de Diego Rivera. Acabamos en un mirador para tener una panorámica del valle entero e iniciamos la vuelta a La Habana.

En muchos cruces y pasos a nivel hay gente parada, como haciendo cola. Para todo tipo de transporte local hay una cierta obligación de parar y llevarlos compartiendo gastos. Así casi todo el transporte es colectivo.

Hacemos un pit stop en el hotel y salimos de nuevo a callejear. Pasamos por otros edificio históricos como el Bacardí, la Casa Bolsa de la Habana, la Lonja de Comercio, la Catedral y el Hotel Raquel, uno de los últimos recuperados por la Oficina del Restaurador. Es una entidad creada en 1938 para proteger La Habana Vieja, que es Patrimonio de la Humanidad. Con fondos de la Unesco restaura edificios históricos. Una parte de ellos se dedican a viviendas, y a otros se les da uso turístico, generando beneficios que se reinvierten en el programa. Es casi lo único que está salvando la zona del deterioro.

Vemos ponerse el sol en la bahía, viendo al otro lado la Fortaleza de San Carlos y el Faro del Morro, situado en otro castillo que junto con el de Salvador de la Punta, de este lado, defienden la bocana.

28 de julio

Tercer día en la Habana y el mismo plan: caminar mientras el cuerpo aguante. Vamos a ver la estación central de tren y después entramos a visitar el museo de la Revolución, antiguo Palacio Presidencial.

Por fuera de la fachada principal hay expuesto un tanque. Por dentro hay banderas celebrando el 50 aniversario. Sus más de 30 salas de exposición guardan alrededor de 9.000 piezas de distintas etapas de la lucha independentista y el resto de la historia cubana.

Originalmente fue la sede del Gobierno Provincial, proyectado con estilo ecléctico y construido en 1909, con decoración interior de Tiffany Studios y suelos de mármol de Carrara. La cúpula, recubierta con piezas de cerámica, no estaba incluida en el proyecto original. Decorado con pinturas y esculturas de artistas cubanos, es absolutamente magnífico. En 1918 pasó a ser Palacio Presidencial y después de la Revolución pasó a ser el museo que conocemos ahora.

Un panel especialmente llamativo es el Rincón de los Cretinos con Fulgencio Batista -el dictador derrocado por Castro-, Ronald Reagan y George Bush. En los patios hay expuestos aviones y hasta misiles.

Escuchamos algo de música local en un bar en una zona animada, la Calle Obispo, y después comemos langosta en un paladar con Julio. Bastante caro, pero es una experiencia recomendable por lo curioso de la situación.

Por la noche nos encontramos en la terraza de nuestro hotel con Nicolás y María, unos amigos que han venido también a Cuba un poco después de nosotros.

29 de julio

Salimos de nuevo en autobús pero esta vez cargando el equipaje: nos vamos a Varadero. La bocana de la bahía de la Habana se puede cruzar por un túnel bajo el mar.

Por el camino vemos en la playa algunos de los pozos de petróleo que tiene la isla. Son escasos y lo que extraen es de mala calidad, pero como todo aquí, se las han ingeniado para darle uso generando electricidad.

Hacemos una parada a medio camino para tomar algo y poco después vemos desde el autobús un inmenso valle lleno de palmeras. Pasamos por la villa de Matanzas, capital de la provincia del mismo nombre y finalmente llegamos a Varadero.

Es una península a la que se accede por un control y peaje. Tiene un régimen económico diferenciado de la isla, es el único sitio donde se permiten cadenas hoteleras extranjeras.

Antes de instalarnos en el hotel tenemos una actividad programada: vamos a navegar por los cayos, pequeños islotes rodeados de canales. Nuestro guía es un antiguo profesor universitario de física, que con su nuevo trabajo gana más dinero. Ha tenido que esperar años para poder cambiarse, debes devolver al estado la inversión en educación pública hecha en tí. En el barco hay de todo, incluídos mojitos, como no.

En punto designado por GPS, un miembro de la tripulación se lanza por la borda y bucea hasta encontrar un cabo. En él hay una hilera de nasas con langostas, que echa en la cubierta. Será nuestra comida. Selecciona por tamaños y en función de la demanda.

Desembarcamos en el cayo de Playa Paraíso. Nos refrescamos en una terraza por donde campan a sus anchas unas iguanas enormes y hacemos un pequeño trekking por el islote. Vemos jutías, unas ratas gigantes de los manglares que casi se extinguieron para alimentar a los cubanos durante el Período Especial. Estos fueron los años que siguieron a la desintegración de la Unión Soviética -y la pérdida de ayudas- y el comienzo de una relativa apertura económica a la inversión extranjera en turismo.

En otra zona hay habilitada una piscina que no es más que un recinto de madera que nos separa del manglar, pero con el mismo agua del mar entrando y saliendo con la marea. También buceamos luego en mar abierto -o más bien el canal que protege la penísnusla- y vemos cientos de peces de colores.

Finalmente desembarcamos y llegamos a nuestro destino final, un resort de Meliá.

31 de julio al 2 de agosto

De los días en el resort poco hay que contar. Nos dedicamos a vaguear y a huir del sol, que pica como nunca. Hay una playa en la que si no vas muy temprano no hay sombras disponibles y una piscina con un bar en el medio donde ponen los peores mojitos del viaje, con licor de menta en lugar de hoja de menta. Al menos el agua del mar está a muy buena temperatura y por la tarde noche es agradable pasear por la playa. Y podemos comer mucha fruta, en los pasillos del hotel hay neveras con puerta de cristal y bandejas llenas.

Uno de los días salimos del hotel y caminamos un poco hasta un sitio muy especial, la Mansión Xanadú. Es una joya arquitectónica de Irénée Dupont, millonario franco-americano, que sirvió como epicentro de la vida social de la zona cuando se retiró aquí de la presidencia su imperio químico. Durante la década de 1950, estrellas de Hollywood como Cary Grant, Esther Williams y Ava Gardner visitaron regularmente la mansión. En el bar de la terraza de arriba hacen los mejores mojitos del mundo. Quien nos los prepara a nosotros los nuestros tiene más de 90 años y asegura que de adolescente se los preparaba a Al Capone, cuando la mafia se refugió aquí para hacer contrabando durante la Ley Seca.

Otro de los días cae por la tarde una tormenta tropical espectacular y cruzamos a cenar a unos de los restaurantes del centro del resort en sandalias y bañador con medio metro de agua en el hall.

Volamos de vuelta en un vuelo nocturno y chimpún. Nunca máis.

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