jueves, septiembre 15, 2016

La crónica de Colombia y Ecuador

Esta entrada recoge una crónica del viaje a Colombia y Ecuador en verano de 2016. Incluye algunas fotos, las galerías completas están aquí. Y no ha sido escrita tras el viaje sino mucho tiempo después.

5 de agosto

Volamos a Bogotá vía Madrid con Air Europa. Acostumbrados a otros trayectos, un vuelo de 10 horas nos parece hasta corto. Nos recogen en el aeropuerto Sonsoles, hermana de Lorena y su marido Juan Carlos, que son en buena parte el motivo de la visita. En Bogotá nos moveremos casi siempre con un taxista de su confianza. Hacerlo de otros modos puede ser muy inseguro, sobre todo si no conoces la ciudad. En un centro comercial cerca de la casa de nuestros anfitriones compramos SIMs locales para nuestros teléfonos.

Desde Bogotá vamos a hacer tres salidas a Cartagena, Ecuador y el Amazonas. Los días entre ellas son los que aprovecharemos para visitar la ciudad y su entorno.

6 de agosto

Primer día de visita en Bogotá. Por la mañana subimos al Cerro Monserrate en teleférico, desde donde se tiene una panorámica en toda su extensión de esta enorme ciudad de más de 8 millones de habitantes. También se puede subir en un tren funicular. La parte de arriba está por encima de los 3000 metros. Una cosa curiosa de aterrizar en Bogotá es que no tienes molestias en los oídos: la ciudad está a una altitud que se corresponde a la presión que tienen las cabinas de las líneas aéreas habitualmente.

De ahí bajamos andando hacia el centro a callejear. Paseamos por el colorido barrio de la Candelaria, lleno de grafitis y comemos en el patio trasero de el restaurante café El Chorro al lado de la plazoleta del Chorro de Quevedo. En la plaza de Bolívar vemos la Basílica Metropolitana de Bogotá, cuyo edificio actual se construyó entre 1807 y 1823; hay cientos de palomas. En una zona más moderna buscamos un representante de la compañía de las SIM, activar la línea de datos está siendo un poco farragoso.

Después de caminar un rato por la zona céntrica nueva nos lanzamos a un deporte de riesgo: coger un taxi en la calle. En no pocas veces esto tan cotidiano acaba en un secuestro, pero vamos con Juan Carlos y él se fía.

7 de agosto

Volamos a Cartagena de Indias. Nos alojamos en el pequeño hotel boutique Casa Real dentro de las murallas. Llegamos pronto, dejamos las cosas y nos vamos a pasear por el centro, que es uno de los cascos históricos coloniales mejor conservados de todo el mundo y una explosión de color en las fachadas de las viviendas y locales. Es Patrimonio Mundial por la Unesco (World Heritage Site, WHS).






Es mucho más tranquilo y seguro que Bogotá, pero al mismo tiempo tiene un vibrante ambiente diurno y sobre todo nocturno. Como curiosidad, en el sitio donde tomamos algo por la noche hay Estrella de Galicia.

8 y 9 de agosto

Viajamos hacia el oeste siguiendo la costa. Vamos en autobús a Santa Marta -pasando por Barranquilla- y una vez allí y en algo parecido a una estación de autobuses abierta cogemos un minibus en dirección al Parque Nacional Tayrona. Hace muchísimo calor, el minibus va atestado y parando cada rato. Nosotros tenemos que bajarnos en un punto random en mitad de la carretera que es la entrada ‘El Zaino’ al parque. Desde allí tenemos algo más de una hora de trekking por la selva para salir al mar, pero antes debemos asistir a una charla obligatoria de concienciación ambiental después de pagar la entrada. El parque está en la falda de la Sierra Nevada de Santa Marta con altitudes desde el mar hasta los 900 metros. Sólo es accesible como lo hemos hecho nosotros o en barco.

Hemos reservado un alojamiento un poco peculiar: dos hamacas -cada una con su mosquitera- bajo un techado de paja donde hay unas 20 en total, y que nos dan derecho a una taquilla ridícula, y unas duchas compartidas y abiertas a la selva. Estamos en el llamado sector Arrecifes, al lado de una playa peligrosa por el oleaje, las corrientes… y por los caimanes. En la selva se supone que también hay jaguares, aunque por quien hay que preocuparse de verdad es por los mosquitos.

Caminando un trayecto relativamente corto podemos llegar a la playa de la piscina, que sí es apta para bañarse al estar protegida por un arrecife. Llegamos pronto y conseguimos sombra bajo unos árboles; el sol abrasa. Un poco más allá se llega a Cabo San Juan, el principal sitio turístico y a donde llegan los barcos desde Taganga. Tiene una playa muy bonita, un mirador sobre unas rocas y un camping con turismo de borrachera.

La segunda noche en la hamaca me dejo un codo pegado a la mosquitera y amanezco con un centenar de picaduras de mosquito concentradas en esa zona y haciendo a trozos el patrón de la tela a modo de punto de cruz. En la recepción del hotel me dan una crema que me baja la inflamación muy rápidamente y de ahí no pasa la cosa aunque en la zona hay malaria, dengue, chikungunya y zika. De vuelta a Cartagena compraré más y quedará incorporada al botiquín de viaje en lo sucesivo; en España se llama Cuatrocrem. Tiene antibiótico, antihistamínico y dos antifúngicos así que vale como antiséptico para cualquier cosa en la piel.

10 de agosto

Viajamos de vuelta a Cartagena. Después del trekking hasta la carretera, en el trayecto de vuelta el cobrador del minibus se entera de nuestro destino final y en mitad de la ruta hace señas al bus de Cartagena y los dos paran para que nos cambiemos sin entrar en Santa Marta.

Hoy descubrimos que el malentendido que tuvimos con la recepción del alojamiento de las hamacas en realidad era nuestro error. Adelantamos el viaje a Tayrona un día antes de lo previsto y por eso ni la reserva en las hamacas a la ida ni la de vuelta en Cartagena coinciden, pero todo se arregla sin mayor problema.

Reservamos en el puerto una excursión en barco a Barú y las islas de Rosario, saliendo de la bahía de Cartagena.

11 de agosto

Vamos a puerto y embarcamos. Desde el barco se tiene una perspectiva de Cartagena diferente del casco histórico, con una zona de rascacielos pegados al mar que recuerda a Miami. También vemos el fuerte de San Fernando de Bocachica, en una isla que cierra la bahía y que fue fundamental para su defensa en época colonial.

Barú es una península separada de tierra firme por un pequeño canal y algunos manglares lo que hace que técnicamente sea una isla. A su alrededor está el archipiélago de las islas del Rosario.

Durante el día visitaremos un acuario hecho vallando zonas amplias de mar y pararemos a comer en otra isla en la que se podría disfrutar de la playa si no fuera por el acoso constante de las motos de agua, empeñadas en venderte un paseo. En el acuario vemos diferentes tiburones como el nodriza, uno de los más peligrosos, barracudas, tortugas y delfines. También hay una zona cubierta con peceras con otros peces como el pez escorpión. Y sobre las vallas que separan las piscinas hay diferentes tipos de garzas, pelícanos y fragatas.

Desde la playa después de comer tenemos que salir rápidamente al barco porque empieza una tormenta con un fuerte aguacero y rayos. La tripulación del barco se esfuerza en entretenernos y en que no nos agolpemos todos en el mismo lado del barco por donde no salpica la lluvia y las olas para no hundirnos. Llegando a puerto la tormenta cesa y podemos disfrutar el resto del día.

12 de agosto

Por la mañana paseamos de nuevo por el casco histórico y por el exterior de la muralla cerca del hotel. En una playa hay varias barcas de pesca y alrededor un montón de garzas, algunas de casi metro y medio de alto.

Por la tarde volamos de vuelta a Bogotá. Nuestro vuelo sale con tres horas de retraso y las excusas son de lo más variopinto. Primero la meteo. Luego que están arreglando baches en la pista (wtf?) y otras. Finalmente supimos que habían bloqueado el aeropuerto para el vuelo del presidente colombiano.

13 de agosto

Volamos a Quito. Casi inauguramos el nuevo aeropuerto de la ciudad, que está a más de 40 kilómetros. Bajamos a la ciudad en taxi; a ratos por autopista pero también atravesando quebradas y algunos barrios de chabolas.

Nos quedamos en el Hostal Rincón Familiar, que hace honor a su nombre y está cerca de la plaza de Santo Domingo. Habitaciones sencillas pero limpias y confortables. Hoy damos una vuelta por esta zona del centro histórico donde está la Plaza Grande con el Palacio Presidencial, la Catedral Metropolitana de Quito y varios museos. Nos acostamos pronto, mañana toca madrugón. El casco histórico de Quito y las islas Galápagos no es que sean Patrimonio de la Humanidad de la Unesco: es que fueron los primeros con esa distinción, en 1978.

14 de agosto

Nos levantamos a las 3am para que nos recoja un taxi al aeropuerto: volamos a Galápagos a las 6:35 y hay que hacer varios trámites administrativos para volar a las islas, con una protección especial. El vuelo dura 3h30 con una escala técnica en Guayaquil. Hemos reservado un crucero de 5 noches / 4 días con la compañía Happy Gringo.

El aeropuerto está en la isla de Baltra (o Seymour sur) y desde ahí embarcamos al que será nuestro transporte y vivienda durante nuestro tiempo aquí, el barco Guantanamera, que tiene 8 camarotes dobles. El nuestro es exterior y tiene una litera y baño propio. Los interiores son más ruidosos y huelen a gasoil. La cubierta de arriba tiene un solarium en la proa y una parte más amplia y bajo un toldo en la popa. Tiene dos zodiac -dinghy- embarcadas que serán las que usemos para salir a bucear o a tierra.

A mediodía comemos y por la tarde vamos a empezar ya con los planes que haremos a diario: snorkel y visita a la isla de Seymour norte. El equipo de buceo completo, neopreno incluido, lo alquilamos en el propio barco.

Y empezamos a ver la riqueza de fauna de estas islas maravillosas. Lobos marinos, iguanas marinas y terrestres, fragatas, piqueros azules con pollos cambiando el plumón, pelícanos y cangrejos rojos (zayapas). Nuestro guía Johan Torres también bucea con nosotros y nos advierte que si grita ‘shark’ no es para que salgamos corriendo sino para que nos acerquemos tranquilamente a verlos. No tendremos esa suerte.

A la vuelta, antes de cenar tenemos el briefing con el guía (en español y en inglés) para contarnos los planes del día siguiente. Hoy además nos presentan a la tripulación. Por la noche hacemos la navegación más larga hacia la isla San Cristóbal.

15 de agosto

Estamos fondeados en la costa norte de la isla y la primera actividad del día, a las 6am, es salir a hacer snorkel alrededor de un islote que llaman el León Dormido o Kickers Rock, partido en dos por un canal y con paredes completamente verticales. Es uno de los mejores sitios para ver tiburones martillo, pero no tan temprano. Bajo el agua las paredes están llenas de vida, y nos vemos a ratos rodeados de juveniles de lobos marinos que juegan con nosotros. La primera vez que lo ves cara a cara a menos de un metro y mirándote a las gafas da un poco de impresión, pero cuando te acostumbras es una experiencia única. Sus capacidades de buceo sobrepasan las nuestras de muy largo y nos rodean a velocidades de vértigo.

La segunda actividad es bajar a la playa del Cerro Brujo y hacer una caminata por esa parte de la isla (y quien quiera darse un baño en la playa). Las playas están llenas de lobos marinos calentándose al sol y haciendo la croqueta. Las normas del parque nacional establecen una distancia mínima de 2 metros a cualquier animal y no salirse de los caminos trazados. En el mar hay cormoranes y pelícanos pescando el desayuno.

Un poco más allá de la playa vemos un lobo marino recién nacido (hay restos de la placenta, que no durarán mucho) y colonias de piqueros azules.

Por la tarde navegamos a Puerto Baquerizo Moreno, en el extremo este de la isla, y desembarcamos para dar una vuelta y tomar algo. Es la capital de la provincia y uno de los pocos núcleos habitados. Tiene un pequeño paseo marítimo donde hay mercados de pescados al aire libre a los que también van los pelícanos y los lobos marinos.

Volvemos al barco en las zodiacs ya de noche y navegamos a la Isla Española.

16 de agosto

Amanecemos en la bahía Gardner y de nuevo empezamos el día caminando por la isla y luego buceando en superficie. La bahía está protegida por un arrecife, es tranquila y está llena de vida. Además de infinidad de peces vemos iguanas marinas buceando -comen algas del fondo- y tortugas marinas.

Después navegamos a Punta Suarez, uno de los sitios con colonias más grandes de aves con albatros, fragatas, piqueros azules y de Nazca, gaviotas con cola de tijera, pinzones, canarios, papamoscas, sinsontes, garzas enanas y pájaros tropicales de pico rojo (rabijunco etéreo). En el extremo final de ruta hay unos bufones haciendo saltar chorros de agua con las olas. Y por el camino más iguanas y lagartos de lava.

Todo el tiempo que pasamos fondeados en una bahía o haciendo excursiones en tierra y buceando está completamente tasado para limitar el impacto sobre el parque nacional. Se limita el número de barcos en una bahía, el número de personas por excursión, todo. Los cruceros grandes, con cien pasajeros o más, no pueden acercarse a las islas; los vemos en mar abierto. Al final del día navegamos a Santa Fe, cenamos y briefing. La comida a bordo es fantástica. Todo muy rico y muy variado. Fondeamos en Barrington bay, protegida también por un arrecife.

17 de agosto

El plan de hoy es el de siempre, buceo y caminatas por la isla. Parece monótono, pero creo que podría estar un mes aquí haciendo lo mismo. Hay un montón de cactus y las iguanas terrestres dan buena cuenta de sus frutos. En la playa hay una gran colonia de lobos marinos.

Antes de comer navegamos a la isla Plaza Sur, dos pequeñas islas pegadas a Santa Cruz, una de las más grandes del archipiélago y que tienen un área abrigada entre las dos. En esta isla hay una iguana híbrida de las marinas y las terrestres pero que casi nadie ha visto, son muy esquivas y sólo están aquí. Se han documentado muy pocos ejemplares -que se piensa son estériles- y muchos guías no las han visto nunca.

Por la tarde tenemos una salida a tierra. El paisaje es muy diferente con una característica vegetación rastrera que tiene una tonalidad rojiza en esta temporada -Sesuvium edmondstonei- y muchos cactus. En algunas zonas están repoblando y los ejemplares plantados están protegidos: las iguanas híbridas comen plantas. También hay zonas donde son mucho más visibles regueros de lava.

Al final del día navegamos a Puerto Ayora, en el sur de la isla de Santa Cruz y que es el final de nuestro crucero, aunque hoy dormiremos aún en el barco. Antes desembarcamos para visitar el puerto. Desde el muelle vemos pequeños tiburones. Cenamos, compramos algún recuerdo y volvemos al barco a la hora establecida.

18 de agosto

Hoy desembarcamos de forma definitiva. Vamos a cruzar la isla por tierra en furgonetas. Por el camino paramos en la estación de conservación de las tortugas terrestres, con una historia de superación al límite de la extinción que pasa por un ejemplar -Super Diego- devuelto del zoológico de San Diego y padre de casi la mitad de los ejemplares de ahora. De 11 ejemplares, pasaron a más de 800 y han sido devueltos a su isla de origen. Quedaban sólo otros dos machos y eran muy mayores. Pesan casi cien kilos y si se alargan las patas y el cuello miden casi metro y medio. Muchas de ellas comparten una charca con unos cuantos patos que a veces las usan como isla.

Seguimos camino del norte y cruzamos en barco el canal que separa las islas de Santa Cruz y Baltra para volver a Quito. Llegamos a las 4:30 con tiempo de hacer pocas cosas.

19 de agosto

Salimos del hostal hacia el norte de la ciudad. Además de pasear por las calles, una de las primeras visitas es un observatorio astronómico, uno de los más antiguos de Sudamérica y que también es un museo. En una de las cúpulas se puede ver algo curioso. El telescopio tiene una montura ecuatorial y como estamos casi en el ecuador (a 12’ S), el eje de ascensión recta está en posición horizontal.

El observatorio está en el parque La Alameda y un poco más al norte pasamos por el parque El Ejido. No muy lejos de él está la estación de salida del teleférico. La ciudad está a unos 3000 msnm (con muchas variaciones, está todo lleno de cuestas) y la parte de arriba del teleférico a más de 4000. Se puede hacer un pequeño trekking con 200 metros de desnivel, pero pasar en 24 horas de un barco a esa altitud lo pagamos con cansancio y algo de malestar.

A la bajada nos vamos a visitar el museo del pintor Oswaldo Guayasamín y su casa, que incluye la llamada Capilla del Hombre. A la salida del museo empieza a llover bastante fuerte, pero localizamos un autobús que dando unas vueltas bastante locas por la ciudad nos lleva hacia el centro donde tenemos el hostal. En el trayecto además deja de llover.

En la Plaza Grande está la oficina de turismo. Es muy amplia y tiene un funcionamiento curioso: además del mostrador público donde ofrecen la información y mapas típicos, alrededor hay otras mesas de operadores turísticos que ofrecen actividades y excursiones. Reservamos una excursión para el día siguiente.

20 de agosto

Desayunamos temprano en la Plaza Grande y nos subiemos a un bus en dirección norte.

La primera parada es en el reloj solar de Quitsato, cuyo palo de sombra -en realidad es una torre metálica- está exactamente en la línea del ecuador, a 0º 0’ 0”. Saliendo por otra carretera de Quito a unos 20 km de aquí está otro lugar turístico llamado la Ciudad Mitad del Mundo que pretende lo mismo pero en realidad está a 8” sur, a 240 metros del verdadero ecuador.

Seguimos el recorrido en dirección a Otavalo pasando por la orilla del Lago San Pablo. Paramos en un mirador para ver el lago que casualmente también es una trampa para turistas.

En Otavalo está el mercado Kichwa, uno de los mercados de artesanía más famosos de Sudamérica y el más antiguo. Los primeros pobladores de la zona llegaron entre el 300 y el 700 a.C.

La siguiente parada del tour es la reserva ecológica de Cotacachi Cayapas, donde hacemos una corta caminata hasta la base de la cascada de Peguche. Y después vamos a navegar por la laguna de Quicocha, que está en el interior del cráter de un volcán, y tiene dentro dos islas que vamos a rodear. Tenemos que permanecer alejados del lateral de una de ellas porque hay una zona donde salen gases tóxicos. Toda la zona es un Geoparque de la UNESCO.

Cerramos el día volviendo directos a Quito y cenamos al lado del hotel en el pequeño café-restaurante Dios no Muere, con dos plantas y muy pocas mesas; está decorado con carteles de toros y un ambiente muy íntimo.

21 de agosto

Madrugamos y vamos en taxi al aeropuerto para volver a Bogotá. Desde el aeropuerto se puede ver un volcán nevado, el Cotopaxi, sólo superado en altura por el Chimborazo en Ecuador y en los Andes Septentrionales.

Visitamos el mercado de las pulgas de Usaquén y el café Amarti. Por la tarde-noche vamos a una zona cerca de su casa, el parque El Country, que está al lado de un río y ahora mismo tiene montada una feria de comida: Alimentarte. Tomamos un helado Romeo & Paleta, un clásico de la ciudad.

22 de agosto

Salimos a visitar la ciudad, esta vez con Sonsoles. La primera parada es el botánico, que aparte de tener la frondosidad de una selva tropical, si uno espera y se fija bien puede ver colibríes.

23 de agosto

Hoy vamos a hacer una excursión a la región de Cundinamarca, al norte de Bogotá. Vamos con Sonsoles y Carlos en el coche de Germán, un taxista de confianza.

El primer sitio que visitamos, a 45 km de Bogotá es Sesquilé, con un casco histórico colonial. Muy cerca está el cráter de Guatavita (‘El Boquete’), con una laguna dentro que formó parte de la leyenda de El Dorado. Para encontrar el supuesto tesoro una de las estrategias fue tratar de vaciarla haciendo un corte en uno de los laterales. El sendero que lleva a la laguna está lleno de árboles con orquídeas, bromelias y otras epifitas.

La siguiente visita es el pueblo de Guatavita, con un centro artesanal, una estatua del cacique del mismo nombre, la parroquia de Nuestra Señora de los Dolores y su torre del reloj. El pueblo actual mantiene el aspecto colonial pero es una reconstrucción del original que quedó sumergido al hacer la presa de Tominé.

Finalmente vamos a visitar una de las mayores atracciones de la zona: la catedral de sal de Zipaquirá. Es un recinto construido -o más bien excavado- en el interior de una antigua mina de sal a 180 metros bajo tierra. La entrada se hace por un túnel con las estaciones de un vía crucis por el que se llega a una sala con una cúpula. Al final de todo y entrando por unos túneles muy estrechos se llega a la nave central, con una cruz -también excavada- de 16 metros de alto. Comemos picada en el Palacio de la Gallina El Político, comida tradicional y contundente.

24 de agosto

Volvemos a visitar el centro, tanto la parte moderna donde está el Museo del Oro (no lo vemos) como la parte histórica y el barrio de la Candelaria.

Para terminar como es debido la visita a Bogotá vamos a Andrés Carne de Res. Ahora mismo es una franquicia con muchos locales, pero el original está en el pueblo de Chía, en el norte. Originalmente era un local de carretera, pero ha ido creciendo con ampliaciones sucesivas todas ellas de madera y diferentes. El actual tiene más de cien mesas con una decoración loquísima y todas están identificadas por un nombre escrito en un corazón colgado encima. Como su nombre indica el menú principal es la carne de vaca. Aunque a la hora que llegamos no está muy lleno, el ambiente es muy ameno, con todo el personal con ropa tradicional. En el centro hay una pista de baile, las fiestas a la hora de cenar son legendarias.

Para volver a casa utilizamos primero un autobús de media distancia y después el Transmilenio, un sistema de transporte particular de Bogotá con vías exclusivas para evitar los trancones (atascos) aunque con poco éxito.

25 de agosto

Volamos los cinco temprano a Leticia. Es una ciudad a orillas del curso medio del Amazonas y una frontera triple entre Colombia, Perú y Brasil. No hay ninguna manera de llegar a ella por tierra. No hay carreteras y está rodeada de una selva impenetrable. Sólo se puede salir en avión (como nosotros o desde el aeropuerto del lado brasileño) y en barco, remontando hacia Iquitos (Perú) o bajando con la corriente a Manaos (Brasil).

Nos quedamos en el hotel Huito, sencillo pero cómodo y con piscina. Está lleno de patios interiores con árboles y plantas tropicales.

Salimos a dar una vuelta por el centro de la ciudad, que tiene un paseo fluvial todo a lo largo hasta el puerto. La zona más cercana al río sufre sus variaciones de caudal, que hacen que suba y baje varios metros. Todas las casas de la ribera son palafitos, construidas sobre pilotes en el aire o son flotantes, construidas sobre enormes troncos. Cuanto más te alejas del centro más sencillas son las casas, llegando a chabolas de madera. En la orilla del río hay gallinazos, un tipo de buitre local.

A mediodía cruzamos en una barca al lado Peruano de la frontera y desde el muelle nos llevan en unos motocarros al pueblo de Santa Rosa, que está en una isla en medio del río. Lo de cruzar la frontera es relativo, no hay ningún tipo de control entre los tres países, sólo cuando tienes que salir de la zona de la triple frontera. Comemos en el restaurante Brisas del Amazonas y volvemos andando al puerto, dando un paseo, para volver a Colombia. El trayecto tiene unos 400 metros.

Por la tarde paseamos más por la ciudad y reservamos dos excursiones guiadas para los siguientes días.

Después cenamos en uno de los restaurantes más recomendados aunque tenemos que buscarlo, lo han cambiado de local y en las guías no aparece. Yo como piraña aunque más por la curiosidad que por otra cosa, es un pez muy pequeño con apenas carne. Otros comen pirarucú, el pez de río más grande del mundo. Vimos descargar uno en el puerto y tenían que hacerlo al hombro entre tres personas.

26 de agosto

Hemos reservado una excursión por el Amazonas pero primero tenemos que cruzar por un puente de madera que da bastante miedo a una pequeña isla separada de la ciudad por un canal que con el nivel del río ahora mismo está casi seco. Después de cruzar la Isla de la Fantasía andando, en el otro lado del río embarcamos en una pequeña lancha rápida. Vamos a remontar el río haciendo varias paradas.

La primera es una especie de alojamiento con un jardín botánico con plantas flotantes, la más espectacular la Victoria amazonica o Victoria regia, un tipo de nenúfar con unas hojas redondas que flotan en el agua y llegan a tener un metro de diámetro.

Después vamos a Macedonia, una de las pocas aldeas suficientemente grandes para tener escuela. Damos una vuelta y luego nos hacen una exhibición de bailes locales y compramos algo de artesanía.

El extremo más alejado de ruta es Puerto Nariño. Hemos remontado río arriba unos 70 kilómetros. Tiene un muelle flotante que conecta por una pasarela elevada el pueblo, uno de los más grandes de la zona y de los pocos donde hay algún coche. También hay una torre a la que se puede subir y desde arriba ver la selva y el río, que en algún tramo tiene más de dos kilómetros de ancho. Volviendo al barco nos pilla una tormenta tropical que hace que casi no veamos nada por el medio del río.

En el camino de vuelta paramos en la Isla de los Micos, llena de monos ardilla (Saimiri sciureus). Lo que inicialmente era una estación de cría ahora se ha convertido en una atracción turística. Con la entrada te dan un chubasquero plástico para que los monos no te llenen de excrementos. También te dan plátanos para que se los des, o más bien para que se te suban encima y te los quiten.

Por el camino de vuelta también paramos en un tramo de río donde pueden verse delfines rosas, uno de los pocos de río del mundo y el más grande, llegando a dos metros y medio.

Llegando con la puesta de sol nos vamos al parque Santander, que a esta hora se convierte en un frenesí de centenares de loros saliendo a volar de los árboles del parque y montando un follón tremendo.

Por la tarde noche cruzamos la otra frontera y cenamos en Brasil. Si no fuera por una especie de monolito no veríamos dónde está la línea que separa los países porque a efectos prácticos no existe. Es posible desayunar, comer y cenar en tres países sin pasar ningún control.

27 de agosto

La excursión de hoy es a pié atravesando la selva. Vamos con unas botas de agua que nos han dejado. De otro modo sería imposible, vamos por una selva muy cerrada en la que si nos perdemos seguro que no salimos. Salimos de un punto de la llamada ‘carretera de los kilómetros’, la única que hay en la zona y que identifica los lugares por su punto kilométrico. Es un fondo de saco.

Nos lleva un guía local que nada más empezar nos cuenta que su padre, y todos los de su tribu, eran caníbales. Va abriendo camino con un machete cortando plantas y alguna serpiente pequeña. Todo muy tranquilizador, vaya. Nos enseña otras costumbres, como la del mambé, una harina de hoja de coca tostada y molida. Se mezcla con ceniza o piedra caliza y se coloca en la mejilla para que se vaya mezclando con la saliva. Mambear es un ritual en el que los que se reúnen comparten cada uno el suyo, de elaboración casera. También nos echa por encima el humo del puro que va fumando, en teoría para alejar a los insectos.

Nos damos un baño en un pequeño afluente que nos asegura que no tiene pirañas y después comemos en una cabaña sentados en el suelo. En ese rato escuchamos un disparo y gritos. Al cabo de un rato vemos que nuestros anfitriones han cazado un jabalí y lo están descuartizando en el río.

28 de agosto

Damos una última vuelta por la mañana, visitamos el mercado y a media tarde volvemos a Bogotá. Cenamos una hamburguesa en El Corral Gourmet.

29 de agosto

Volvemos a España en un vuelo nocturno.

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